Según Cepeda (2013), “las
competencias suponen la integración de tres tipos de
saberes: el conceptual que es el saber, el metodológico que es el saber hacer y
el humano que es el saber ser”. Y en la misma línea, Manríquez (2012) la define
como “la capacidad que tiene el ser humano en
el saber qué, saber cómo y saber ser persona para resolver de manera eficaz y
eficiente las situaciones de la vida”.
Pero, ¿qué implica cada uno de estos saberes?
- Saber:
Se trata de la parte cognitiva, es decir, la
capacidad de internalizar el conjunto de conocimientos que se adquieren, y que
pueden ser tanto teóricos como prácticos.
Eso sí, en una sociedad en movimiento y donde la adaptación al cambio se ha convertido en esencial, tal y como podrás imaginar el “saber” no es para nada estático, sino todo lo contrario: ha de mejorarse y actualizarse de forma constante.
- Saber hacer:
Este saber implica la aplicación de lo aprendido,
así como una conciencia real del desempeño actual en la materia, por lo que la
correlación entre este saber y el anterior es directa ya que supone la
alineación de conocimiento y técnica.
Veamos un ejemplo: una persona puede tener todos
los conocimientos necesarios para ejercer una profesión determinada (saber),
pero es en el propio puesto de trabajo donde demostrará lo que realmente sabe
llevando a cabo las tareas necesarias (saber hacer).
Por este motivo aquí la experiencia jugará un papel importante, con el objetivo de que gracias a ella se perfeccionen las habilidades y aptitudes, guiándolas y orientándolas hacia la calidad en el hacer, logrando así mayor destreza y un rendimiento óptimo.
- Saber ser:
Por último, el “saber ser”, que hace referencia a las capacidades emocionales de la persona e incluye las actitudes y habilidades sociales, es decir, como ésta se desenvuelve en este sentido tanto de manera individual como grupal.

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